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martes, 15 de noviembre de 2011

TODOS LOS SANTOS DEL CARMELO

Ayer celebrábamos en nuestra sagrada Orden la fiesta de Todos los Santos del Carmelo. Se trata de festejar y acordarnos de todos aquellos hermanos y hermanas nuestros, que vistieron el mismo Habito de la Stma. Virgen del Carmen y que, sin ser propuestos como modelos por la Iglesia, otorgándoles la canonización, gozan ya en el Cielo del premio merecido por sus vidas entregadas a Cristo.
En la lectura segunda de Maitines se nos muestra el texto de la Sta. Madre Teresa de Jesús, que nos recuerda que venimos de una casta de santos padres, que vivieron en el Monte Carmelo en grandes estrecheces, en gran soledad y desprecio del mundo. No podemos ni debemos olvidar nuestros orígenes: que siendo grandes guerreros que habían dejado todo en sus respectivos países, aventurándose para salvar la Tierra Santa de la herejía, lucharon con los sarracenos por preservar la libertad de culto en la tierra bendecida por el nacimiento, muerte y resurrección de Jesucristo, y por defender a los cristianos que peregrinaban hasta ella.
Fueron vendidos, derrotados, expoliados sus bienes y expulsados de la Tierra Santa, que habían defendido con su sangre y con sus vidas. Eran los Caballeros Cruzados. Y entre ellos los monjes guerreros del Temple, cuya historia hay que estudiar desde la mentalidad de la época y sin dejarnos llevar por los actuales prejuicios que nos hacen ver como sanguinarios a los que tal vez fueran héroes de nuestra historia y defensores de la Fe en Cristo. Hoy, con nuestra mentalidad moderna, no debemos juzgar sus hechos, pero sí mirar las vidas de muchos de ellos que, una vez derrotados, no dejan aquella bendita Tierra, sino que se adentran en el Monte Carmelo y erigen una preciosa capillita a la Stma. Virgen María, en el lugar donde se encontraba la fuente del profeta Elías, cuyo espíritu de celo abrasador pretendían imitar. 
Era comprensible que el espíritu guerrero de estos hombres encontrase en S. Elías el inspirador de una vida completamente centrada en Dios y en la contemplación de su misterio. Al profeta, como a ellos, Dios mismo le había preguntado, revelándose en una suave brisa (tras la tormenta, el fuego o el terremoto que ellos mismos habían también experimentado en el fragor de las batallas): 
-"¿Qué te trae por aquí, Elías?"
A lo que el profeta, y con él sus seguidores antiguos caballeros cruzados, responden:

-"Me consume el celo por el Señor, Dios de los Ejércitos"

Este mismo espíritu, guerrero y ardiente, han tenido todos los Carmelitas que hoy llenan los coros de los Cielos. Aprendieron, en aquellas soledades, a amar a la Señora, a contemplar a Dios en la belleza del Carmelo y a guerrear, no ya contra los sarracenos, sino contra sí mismos, dominando sus propios apetitos, sus propias tentaciones y sus bajos instintos. Comprendieron entonces, que habían actuado con soberbia desmesurada y Dios había permitido la más cruel y abyecta de las derrotas, para que en el sufrimiento aprendiesen la humildad y la obediencia, lo mismo que aprendió su Maestro. Comprendieron que ya sólo tenían un Rey, Cristo, y un Reino, el de los Cielos. Por ellos lucharían y por ellos morirían, en las laderas del Carmelo, amando sólo a la enamorada de sus almas: la Madre de Dios, Santa María del Carmelo.
Todos nuestros hermanos, que han vestido la librea del Santo Escapulario del Carmen, han querido y sabido honrar con sus vidas a tan buena Madre. La han venerado imitando sus virtudes domésticas, día a día, sabiendo que con ello no quitaban nada al Hijo; muy al contrario, honraban al Hijo en la Madre, pues le obedecían a Él, que en su testamento del Gólgota nos encomendó la tomásemos como Madre nuestra en la persona de San Juan, que allí nos representaba a todos.
Nuestros santos hermanos, que un día fueron peregrinos como nosotros, amaron la soledad y el silencio, que les acercó a Dios. Amaron aquella tierra del Carmelo, que ahora se hace extensiva a cada uno de nuestros Monasterios, porque de ella la Santísima Virgen los alimentó con los mejores frutos de la contemplación divina. Amaron y se apasionaron por el olvido de todo lo creado, para servir únicamente al Creador y Señor de todo lo que existe.

Amaron la humildad y la pobreza, en que vivieron el Hijo de Dios y su bendita Madre, la Virgen. Amaron la pureza de corazón, alimentada por la caridad fraterna, la verdad, la lealtad y la nobleza de espíritu que siempre les distinguiría.
Y tuvieron presentes, para ponerlas por obra, las palabras de nuestra Santa Madre: "Siempre habían de mirar que son cimientos de los que están por venir. Porque si ahora los que vivimos no hubiésemos caído de lo que los pasados, y los que viniesen después de nosotros hiciesen otro tanto, siempre estaría firme el edificio."
"Pongan siempre los ojos en la casta de donde venimos; ¡qué de santos tenemos en el Cielo que trajeron este hábito! Tomemos una santa presunción, con el favor de Dios, de ser nosotros como ellos. Poco durará la batalla y el fin es eterno."   

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