A dos días del Domingo de Pasión debemos encontrarnos ya muy cerca del Maestro; sentir los latidos de su acelerado corazón; intentar, por todos los medios, tener los mismos sentimientos que tenía Cristo en estos momentos de su vida terrena.
Va subiendo, acompañado de sus discípulos, de la Galilea a Jerusalén. Realmente suben, incluso topográficamente hablando, pues Galilea se encuentra por debajo del nivel del mar, mientras Jerusalén se alza unos 700 m. sobre el mismo.
Pero, suben en una ascensión "tensional" del ánimo; se diría que, casi con alegría. "Jesús se adelantaba", dice el evangelista, y los discípulos le seguían, con buen humor primero, luego con algo de miedo; pues, el Maestro les dijo: "Veis que estamos subiendo a Jerusalén. Allí el "Hijo del hombre" va a ser entregado, por los Sumos Sacerdotes, a los gentiles. Le azotaran, le escupirán y lo matarán; y al tercer día resucitará".
Muchas son las veces que el Señor les ha hecho este anuncio, y muy a las claras; pero, ahora lo ven más cercano, más real, puesto que con anterioridad le habían querido impedir subir a la fiesta de la Pascua en esta ocasión, pues ven muy encrespados los odios de los jefes judíos hacia el Maestro.
Él, al principio, dijo que no subiría, para evitar ir acompañado de sus familiares y amigos, evitando con ello que los que le esperaban lo localizaran por los suyos. Pero luego, como de incógnito, sube Él también, acompañado de los apóstoles y discípulos más cercanos.
De nuevo, el deseo del Señor de no adelantar "su hora"; de cumplir, todo lo que el Padre le encargó, a su debido tiempo; de no transgredir, ni en lo más mínimo, la Voluntad Divina que, desde el primer pecado de Adán, estaba decretada en el seno de la Trinidad Santísima.
Ellos llevan miedo, pero Cristo "se les adelantaba", como quien tiene prisa de alcanzar la meta de su misión salvadora. Como el montañero que escala mirando siempre a la cima, con el inmenso anhelo de verse en ella, pero con el vértigo de la altura, cuánto más sube y se acerca a ella.
¿Tendría miedo también el Señor en su corazón de verdadero hombre? Seguramente. En el huerto le veremos sudar sangre y pedir que se aparte ese cáliz de la Pasión, que sobreviene inexorablemente, pero sin que deje de cumplirse el querer del Padre. Mas, a la vez que su corazón sentía miedo, sentiría ése ardiente deseo, que luego confesaría a los suyos, de comer la cena pascual, la última cena con sus discípulos, preludio de su entrega redentora en la cruz del calvario.
Estos sentimientos encontrados son los que muchas veces tenemos los seguidores de Cristo; por tanto, vamos por buen camino si, al miedo natural que nos causa el sufrimiento y la cruz, añadimos el deseo ardiente de corredimir el mundo "supliendo en nosotros lo que falta a la Pasión de Cristo". ¿Es que podía faltar algo a esta pasión? Ciertamente, porque el Cristo total lo formamos todos los cristianos, los que hemos sido bautizados en Él y hemos sido anexionados a su muerte y resurrección.
Acompañemos al Maestro en esta subida a Jerusalén; a la Jerusalén mística donde todos los hombres han de ser salvos; a la Jerusalén, ciudad de paz, en que el Hijo del hombre ha de reinar en todos los corazones, por Él y para Él creados. Porque el Reino de Dios, como ha dicho Su Santidad, Benedicto XVI, en su libro Jesús de Nazaret, es la Soberanía de la Trinidad admitida y recibida y vivida por todos los hombres, que es y será la verdadera y auténtica felicidad de cada una de sus criaturas; ésa felicidad que tanto buscamos y anhelamos, errando casi siempre el único Camino para conseguirla.
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