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jueves, 1 de septiembre de 2011

STA. TERESA MARGARITA (Redi) Carmelita Descalza


Deus caritas est.

Innumerables son los Santos y Santas, unos en los altares y otros escondidos, que el Carmelo ha dado. Hoy, 1 de septiembre, la Iglesia celebra a uno de esos Santos que brilla con luz propia no sólo en el firmamento de la Iglesia Triunfante sino también en la Iglesia militante, aquí en le tierra... Sta. Teresa Margarita del Sagrado Corazón de Jesús.

Ana María Redi nació el 15 de julio de 1747 en Arezzo, Italia.

Desde pequeña solía preguntar a su madre, a su padre y a todos los que podía:"¿Quién es Dios?". Las respuestas que le daban le resultaban insuficientes, ya que le decían qué es Dios y no quién es Dios. Pero esa insatisfacción se volvió un gozo inmenso cuando, un día, su madre le dijo que Dios es amor. Pero tras aquella reveladora afirmación surgió en Ana María otra cuestión: "¿Qué puedo hacer yo para complacer a Dios?" Y a partir de este momento, Ana María comenzó una lucha incesante para amar a Dios como Él la amaba.

Un día mientras regresaba de la Iglesia con su padre, la pequeña Ana María le dijo: "He estado pensando en el texto que se ha predicado el domingo, el del siervo injusto. Llegamos ante el Rey de los cielos con las manos vacías, en deuda con él por todo: la vida misma, la gracia, todos los dones que nos prodiga… Todo lo que podemos decir es: “Ten paciencia conmigo, y te pagaré todo lo que debo”. Pero nunca podríamos pagar nuestras deudas, si Dios no pone en nuestras manos los medios para hacerlo… Y, ¿cuántas veces nos alejamos y negamos a nuestro prójimo el perdón por un ligero error, negando nuestro amor, estando distantes, o incluso criticándolos y con rencores que enfrían la caridad?".

A la edad de nueve años, Ana María fue enviada a la escuela de las monjas benedictinas de Santa Apolonia, en Florencia. En los años que pasó en la escuela poco se diferenció del resto de sus compañeras. Y es que Ana María quería pasar totalmente desapercibida, manteniendo oculta su vida interior. Las razones que la llevaron a ello fueron dos. La primera fue que desde pequeña comprendió que "los méritos de una buena acción disminuyen cuando se expone a los ojos de otras personas, cuyos elogios, nos halagan o agradan demasiado nuestro amor propio y orgullo. Por lo tanto, es necesario hacerlo todo sólo por Dios". La segunda razón fue, imitar la vida oculta de la Sagrada Familia, la cual no difería en nada de las otras familias de la pequeña aldea de Nazaret. Desde ese momento el lema de su vida fue "vivir escondida con Cristo en Dios".

A la edad de dieciséis años su estancia en Santa Apolonia estaba llegando a su fin. Ana María se enfrenta a diversas dificultades para tomar una decisión sobre su futuro… Se sentía preparada para la vida religiosa y quería a las monjas benedictinas de Sta. Apolonia… aunque sentía que faltaba algo. Un incidente extraño y singular encaminaría a Ana María al Carmelo.

Un día, una conocida de Ana María, Cecilia Albergotti, que estaba a punto de entrar en el Carmelo, fue a Santa Apolonia a despedirse de las Religiosas y de las alumnas. Ana María pidió hablar un momento con Cecilia, pero el tiempo pasó y no tuvo ocasión para hacerlo. Sin embargo, cuando Cecilia estaba a punto de irse, tomó la mano de Ana María y la miró sin decir nada. Y se fue. Ana María volvió a su habitación con un extraño sentimiento interior... Entonces, oyó unas palabras: "Yo soy Teresa de Jesús, y te quiero entre mis hijas." Confundida y asustada, Ana María se fue a la capilla. Y allí, a los pies del Santísimo Sacramento, volvió a oír las mismas palabras otra vez.

Ana María comenzó inmediatamente a hacer planes para salir de la escuela. Y se fue a casa durante unos meses para preparar su entrada en el Carmelo de Florencia, donde entró el 1 de septiembre de 1764, unas semanas después de su decimoséptimo cumpleaños, con el nombre de Teresa Margarita del Corazón de Jesús.

Tras su Profesión Solemne, Teresa Margarita fue nombrada ayudante de la enfermería, oficio por el que sentía una especial atracción ante la constante caridad que dicho oficio exigía, pues para ella "el amor al prójimo consiste en el servicio."

Sor Teresa Margarita en su anhelo por demostrar a Dios su amor, desde su entrada en el Carmelo practicaba numerosas penitencias: dormía en el suelo, abría las ventanas en invierno y las cerraba en verano, etc. Pero a medida que fue creciendo interiormente, modificó estas prácticas y se propuso "recibir siempre, con la misma alegría, como venido de la mano de Dios, tanto el consuelo como el sufrimiento, tanto la paz como la angustia, tanto la salud como la enfermedad. No pedir nada, no rehusar nada, pero siempre estar dispuesta para hacer y padecer todo lo que envíe la Providencia."

Al mismo tiempo Sor Teresa Margarita pensaba que sólo se puede encontrar a Dios cuando se busca sólo a Dios. Por ello tomó la siguiente resolución: "Me determino a no tener otro propósito en todas mis actividades, ya sean interiores o exteriores, más que la de amar, preguntándome constantemente: “¿Qué estoy haciendo ahora? ¿Estoy amando a Dios?” Y si advierto cualquier desviación en ese amor puro, he de reconducir mi amor a Su Amor". En cuanto el amor al prójimo, decidió "comprender sus problemas, excusar sus faltas, siempre hablar bien de ellos, y nunca faltar contra la caridad de pensamiento, de palabra o de obra."

El 28 de junio de 1767, Sor Teresa Margarita recibió la gracia de comprender el amor de Dios. Ese día, mientras la comunidad recitaba la Hora Canónica de Tercia, se leyeron las palabras “Deus Caritas est” (Dios es Amor). A Teresa Margarita le pareció que las escuchaba por primera vez. Entonces Dios le reveló el profundo significado de esas palabras. Y aunque trató de ocultar esta gracia, todas se dieron cuenta de que algo extraordinario había ocurrido.

Durante los días siguientes, la Hermana Teresa Margarita, no cesaba de repetir que "Dios es Amor". Estaba tan fuera de sí que la Comunidad avisó al Provincial de los Carmelitas para que la examinase, por si sufría de "melancolía". Después de examinarla el Provincial dijo: "¡Estaría muy feliz de ver a cada hermana de la comunidad afectada por una “melancolía” como la de Sor Teresa Margarita!"

Esta gracia, sin embargo, fue el inicio de una gran prueba espiritual para Hermana Teresa Margarita, la cual siempre había deseado devolver a Dios “amor con amor”... Y es que tras haber vivido la experiencia mística del amor de Dios, comprendió el abismo existente entre el Amor de Dios hacia ella y el amor de ella hacia Dios. Esto constituyó una verdadera noche oscura para Sor Teresa Margarita.

El P. Ildefonso, que se había convertido en la primavera de 1768, en confesor y director espiritual de Sor Teresa Margarita, escribiría respecto a esta noche oscura: “Lo que torturaba su alma, era su amor. Y es que a medida que éste iba aumentando, se iba ocultando a los ojos de su espíritu… Por lo que, aunque ella amaba, pensaba que no. En la medida que el amor crecía en su alma, en la misma medida aumentaba su deseo de amar y aumentaba el dolor al pensar que no amaba”.

La noche del 6 de marzo de 1770, Sor Teresa Margarita llegó tarde de la enfermería a cenar, tomando sola la frugal cena de Cuaresma. Cuando regresaba a su celda, se desmayó a causa de un fuerte dolor abdominal. Las Hermanas la llevaron a su celda y llamaron al médico, que le diagnosticó un cólico, doloroso, pero sin gravedad. Sor Teresa Margarita no pudo dormir en toda la noche por el dolor, aunque intentó no hacer ruido para no molestar a las Hermanas que estaban en las celdas contiguas.

A la mañana siguiente, parecía que había mejorado un poco. Pero cuando el médico regresó se dio cuenta de que tenía los órganos internos paralizados y recomendó que recibiese los Últimos Sacramentos inmediatamente. Sin embargo, la enfermera consideró que no era necesario, ya que, aunque Sor Teresa Margarita continuaba con vómitos, el dolor le había disminuido.

Hermana Teresa Margarita no dijo nada, ni insistió en pedir los Últimos Sacramentos. Tenía su crucifijo en sus manos y de vez en cuando besaba las cinco llagas, e invocaba los nombres de Jesús y María. Rezaba y sufría, como siempre, en silencio.

Sobre las tres de la tarde, viendo que estaba agotada y su rostro estaba lívido, las Monjas llamaron a un sacerdote, el cual tan sólo tuvo tiempo a ungirla antes de que volase a Dios. Era el 7 de Marzo de 1770.

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